Papá - relato
El pecho sube y baja cada vez que el aire entra con dificultad por tu nariz y sale por tu boca, en forma de pequeñas explosiones. Estás muy delgado, los huesos atraviesan la piel manchada de pecas marrones, las venas recorren tu cuerpo como racimos interminables. Y vos ahí, quieto. Tenés los ojos abiertos como si estuvieras mirando algo en el techo.
Quisiera decirte muchas cosas aunque dudo que escuches, sin embargo tengo la necesidad de hacerlo. Acerco una silla y la coloco junto a tu cama. Te miro pero no te hablo. Veo un bolígrafo en la mesa de luz y se me ocurre que puedo escribir en vez de hablar. Mi cuaderno de notas… sí, siempre va conmigo. Lo abro y te estoy escribiendo ahora. ¿Me escuchás? Porque ya te estoy hablando. Escribo y te hablo:
Te estás muriendo papá, lo estás haciendo a cada instante y miró hacia atrás y te veo con tanta vitalidad que brotaba de tu cuerpo, de tu espíritu. Te gustó la buena vida, la disfrutaste. No te privaste de ningún vicio, no. Te divertiste. Las fiestas, la bebida, las mujeres. Invertiste todo tu tiempo, tu energía y tus fuerzas en el juego de la vida. En tu juego.
Robaste ese tiempo papá, me lo robaste a mí. No existió, no estuvo ese tiempo cuando lo necesité, porque lo habías ocupado con alguna mujer o en el regocijo de la ebriedad. No estuvo cuando esperaba ese cuento que nunca me relataste. No estuvo cuando llegabas ebrio en cada Navidad. Cuando la llegada de Papá Noel era un castigo y no una alegría. No hubo tiempo para mí, cuando volaba de fiebre y te pedí una aspirina que no me diste porque estabas apurado.
Tu mezquindad con el tiempo que me negaste lo reemplazaste con dulces y muñecas. Regalos, que llenaban un vacío que dejaría huellas importantes en mi alma. ¡Qué nada le falte a la nena! No, que nada le falte. Chocolates, caramelos, chupetines. La nena se brotaba de tantos dulces que tragaba. Pero el vacío seguía estando.
La ausencia es un mal silencioso y corrosivo. Despoja a un niño de la esperanza y del amor que necesita de sus padres. Pero vos ignoraste esa ausencia. Muchas cosas tenías que hacer…muchas.
No entiendo por qué la mano se me pone rígida en este último párrafo papá. Rompí la hoja de la presión que puse al escribir. ¿Por qué será? ¿Vos no sabés? Quizás te hayas dado cuenta que la rompí o no. Siempre fuiste un gran fugitivo afectivo y quizás lo seguís siendo ahora. No lo sé y tampoco me interesa. Ya no.
En la vida todo tiene un precio, y entiendo que vos no pagaste ninguno. ¿Será esta agonía el precio que debés pagar por todo el tiempo que me robaste? Probablemente así sea. Mi mano ya no está tensa se desliza por la hoja y mis dedos no son garrotes, recobraron su elasticidad.
Me tengo que ir papá. Tengo cosas que hacer, muchas y sin embargo vine y te hablé. Seguramente sea la última vez que te hable y que te vea, por eso me voy a despedir de vos. No te voy a besar en la mejilla, tengo la terrible sensación que te vas a desarmar cuando te rocen mis labios. Tampoco voy a ir a tu entierro papá. Yo hace mucho tiempo te sepulté y lo hice para poder seguir viviendo. Por lo tanto te deseo una buena muerte cuando Dios así lo disponga.
Estoy arrancando la hoja de mi cuaderno dejando una cicatriz en él. El cuaderno es como mi alma, tiene una cicatriz por algo que le arranqué. Aquí dejo la hoja, sobre tu pecho. Sube y baja al ritmo de tu respiración, al movimiento rítmico de la vida que se extingue. Dejo la silla en su lugar y vuelvo a mirarte. Que tengas buen viaje. Adiós papá.
Claudia Lamata
excelente impresionante muy real y triste como la realidad de la vida
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