Un breve relato

 

 

 

 


 

 

El salón estaba levemente iluminado por el mortecino fuego del hogar. Una fuerte tormenta acechaba con sus ruidosos truenos y aterradores rayos.

Los delicados pies descalzos pisaban la tupida alfombra;

la cabellera rojiza cubría parte de su rostro y sus vivos ojos buscaban en la oscuridad.

Se quedó en la penumbra en una esquina de la sala abrazando su cuerpo tembloroso.

Vendría, siempre lo hacía, solo debía ser paciente y esperar en el rincón.

La respiración agitada movía el encaje del camisón sobre su pecho blanco. Tapó su boca con la mano para que su excitación no delatara su presencia.

Tan solo en un momento percibió el perfume que emanaba el  cuerpo tan amado, tan deseado.

Se asomó y lo vio, ahí estaba con el cabello lacio cayendo sobre la frente y la mirada chispeante y oscura.

Corrió hacia él enlazándose en un abrazo atemporal. Ella cerró los ojos y con un hilo de voz le suplicó que la llevara con él. El joven robusto la tomó de la cintura y corrieron bajo la lluvia. Los relámpagos iluminaban su huida, cuando corrían sin detenerse. Nada les impedía la carrera hacia la libertad.

Por la mañana temprano, cuando la casa comenzó con su rutina diaria, una mucama equipada con la escoba y la pala entró al salón para retirar las cenizas del hogar; que grande fue su sorpresa cuando vio el cuerpo de su señorita extendido en el suelo. Su piel adolescente siempre rosada ahora era pálida y los bellos ojos color almendra miraban hacia algún lugar lejano e invisible. No respiraba, había dejado de hacerlo y la fría rigidez la invadía,

La mujer llamó a gritos a los señores de la casa.

Cuando todos rodeaban el cuerpo inerte de la joven con gritos y sollozos, una pareja desde lejos observaba la escena.

 

Claudia Lamata

 

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