La Soprano - relato

 

 

 

 


 

Por última vez María se empolvó la cara y el cuello. Tenía que verse muy pálida. Volvió a mirarse con detenimiento y agregó más sombra debajo de los ojos; la tuberculosis debilitaba a las personas, pero su voz, esa noche, tenía que conmover al público.

En quince minutos se abriría el telón para continuar con el segundo acto de la La Traviata.

Tenía las manos húmedas por la tensión, siempre esos nervios antes de salir, ¿su voz le sería fiel? Se puso de pie y caminó por el camarín sacudiendo todo el cuerpo.

Miró el reloj, faltaban ocho minutos. Con torpeza se cepilló el cabello y lo alborotó: cuando el telón se corriera, Violeta Valéry estaría acostada y escupiendo sangre y muy despeinada. Se vistió con un ancho camisón y bata blanca. Contaba con unos instantes para vocalizar unas notas para ponerse a tono.

Hasta que escuchó: “Ya entrás… ”. El llamado del asistente acompañado de un golpecito seco en la puerta.

Salió, descalza y con paso rápido se acomodó detrás de bambalinas. Escuchó el murmullo del público y los pasos apagados sobre la alfombra, la nota perdida de algún violín y el resto de los músicos acomodándose en el foso. El director de orquesta ya estaba preparado para entrar e iniciar la obertura. Con un guiño le deseó suerte.

La dulce y triste melodía llegó a sus oídos cuando se acomodó en la cama con sábanas manchadas de sangre. Aún faltaban un par de minutos para que el telón se deslizara hacia ambos lados.

Había interpretado muchas veces la triste historia de esa jovencita quinceañera, pero en ese momento fue suya la pena de Violeta. El olor de la sal y el ruido del oleaje reemplazaron a la música. Sintió el calor adolescente de un cuerpo lleno de vigor que la besaba apasionadamente. El roce de los rizos rubios sobre su piel bronceada. Y luego el llanto, las discusiones con su padre, la prohibición de un futuro encuentro. El primer amor, aquel que deja marcas en el alma con un dulce sabor a muerte y el llanto anudado en la garganta.

El telón se corrió y con un hilo de voz Violeta inició su canto, y María con lágrimas en los ojos la acompañó.

 

 Claudia Lamata

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


 

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