Mi conexión con la naturaleza

 

 

 


Apoyo las plantas de los pies en el sendero de tierra y siento la descarga de todas las [ tensiones que hay en mí. La tierra me sostiene, se hace cargo y permite que mi andar sea pleno.

El sendero continúa, noble y fiel, marcando a lo lejos la entrada a un valle tupido y verde, de diferentes tonos de verde, más cálidos, más frescos, más secos, más jugosos. Alfombrado por la madre naturaleza con diferentes especies de floras y rodeado de árboles que caprichosamente no respetan un orden. Están salpicados bordeando el valle.

El sol ilumina, calienta y regala energía generosamente, a mí y al valle. Monarca, dador de vida, hace que fluya la energía y entonces corro y salto y me dejo caer en el césped virgen, que crece sin disciplina y nunca desaparece.

Me siento, abrazando las piernas con la mirada que se escapa hacia delante, más allá del valle y de una escondida quebrada; atrás, están ellas, las diosas, las inalcanzables. Son bellas, arrogantes y soberbias. Me inhiben con su presencia y me llaman con voces mudas para que vaya hacia sus pies. Se imponen majestuosas, impidiendo ver que hay más allá de ellas. Con sus cofias blancas semejan grandes abuelas que esperan con su sabiduría. Acunaron a traviesos escaladores, pero con rigidez implacable no les permitieron conocer la magia que esconden sus cumbres. Como diosas perdonaron la vida de algunos y acogieron en sus brazos las tumbas a otros.

Las amo y las respeto y me pregunto cómo sería la vida sin ellas.

La brisa fresca me despeina y se lleva mis penas, mis dolores. Despeja y aclara mi mente.

El rey sol se esconde detrás de nubes grises que cubren el cielo por partes y una llovizna juguetona riega el valle, el césped y me moja. Con los ojos cerrados levanto la cabeza y dejo que limpie mi cara y borre el surco que dejan mis lágrimas. Las gotas corren por mi cuello y pecho conectándose con mis emociones, con mis amores. Se hace intensa y dejo que esa agua bendita me purifique.

Cesa, despacio, ya no forma una cortina cegadora, ahora solo son gotas. Los colores se intensifican, los verdes son más verdes, el amarillo es color oro y los troncos mojados ofrecen el olor a madera salvaje. Los pájaros cantan más fuerte anunciando la lenta aparición de una incipiente solana.

Mis pies se hunden en el pasto mojado regalándome un excitante placer. Respiro muy hondo y me como todo el aire.

Vuelvo al sendero, es tiempo de regresar. Dejo el paisaje mágico donde toda la belleza es posible.

Con lentitud calzo mis zapatos, me vuelvo y me despido con amor del mejor regalo que la vida me da.

 

 Claudia Lamata

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



Comentarios

  1. Soberbia descripción de un placer no alcanzable en la jungla de cemento

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