El anuncio
—¿En quién puedo confiar?… dijo caminando de un lado al otro de su dormitorio —es tarde para todo, qué estúpida fui— se sentó en el piso y acomodó la cabeza entre sus rodillas.
Con odio miraba la prueba de embarazo que había quedado a un lado de la cama, cuando Lucía lo había tirado con furia. Ante la noticia de que en su vientre llevaba una vida estalló por la impotencia que sentía.
Se haría practicar un aborto, no podía tener un hijo siendo tan joven, se decía a si misma sollozando. ¿Qué haría con un crío que no había deseado? ¿Pero, que diablos había ocurrido esa noche de tormenta?
No estaba sobria, había bebido y bailado y nuevamente la copa había mojado sus labios.
Recogió la prueba que esperaba en el rincón anunciando que una nueva vida llegaba a este mundo y la guardó en el bolso. Se lavó la cara y salió con premura.
Caminando bajo la lluvia fría y con paso rápido llegó hasta su auto. Aún no sabía a quien recurrir, alguien que no la juzgara ni que le diera un sermón sobre la vida intrauterina. No tenía muchas opciones, iría a su médica y hablaría con ella para hacer los arreglos y que le sacara a “eso” que tenía en sus entrañas. Ya le estaba molestando, ella no lo había pedido.
La lluvia se convirtió en una tormenta con fuertes vientos y granizo.
El limpiaparabrisas no alcanzaba a sacar el agua y las bolitas de hielo no le permitían ver. Estaba furiosa, nerviosa, enojada, se odiaba a si misma y al idiota que la había embarazado.
El tránsito se había convertido en un mar de autos detenidos. Sus manos apretaban el volante, tenía que salir de ese embotellamiento, la opresión le impedía respirar. Prendió el aire acondicionado, la humedad y el calor la torturaban, como si tuviera cuerdas que la apretaban.
Un auto hizo una maniobra peligrosa y ella lo siguió, tocó el cordón girando hacia la izquierda aumentando la velocidad. No resistía pensar en que tendría un niño o niña y perder su libertad.
Estaba cerca del consultorio, aceleró antes que el semáforo cambiara de amarillo a rojo, pero el cálculo fue erróneo; un auto aceleró y el choque fue feroz. Lucía perdió el conocimiento sufriendo laceraciones en la cabeza. El conductor del otro vehículo sin embargo quedó ileso con solo unos raspones.
Ambulancia, camillas y quirófano entraron en la vida de Lucía. Toda su vida estaba cambiando.
Sus padres esperaban impacientes las novedades sobre Lucía, cuando un médico salió del quirófano para anunciarles que la hija de ambos estaba bien, pero que estaba inconsciente. Las palabras del médico solicitaban paciencia y los felicitaba por el embarazo de su hija.
El tiempo transcurrió pero Lucía no despertaba. Llegando a los ocho meses de embarazo los médicos monitoreaban al feto que crecía normalmente en el vientre abultado de su madre.
Entrando en el noveno mes los especialistas estaban preparados para practicar una cesárea. Prepararon a Lucía y la trasladaron a la sala de parto. Cuando estaban por comenzar la joven despertó sin comprender lo que ocurría, hasta que la voz dulce de una enfermera en pocas palabras le explicó que su hija estaba por nacer.
Levantó la cabeza con dificultad cruzándose con los ojos del médico quien le pídió que no se moviera.
Luego de un tiempo que le fue
difícil determinar una niña estaba sobre su pecho llorando con toda la
fuerzaque le dio la vida.
Lucía le sonrió y la tocó con cuidado, era perfecta.
Mas tarde cuando fue correctamente atendida y controlada, la nurse le entregó a su hija. Tenía que alimentarla y la niña se prendió con avidez del pezón de su madre y con la voracidad de un cachorro que necesita alimentarse para vivir.
—Tuviste suerte, el accidente te lesionó el cerebro, pero despertaste a tiempo para hacer nacer a tu hija —dijo la nurse sonriendo —cabe reflexionar si tu salvaste la vida de tu beba o fue ella quien supo abrirse paso y además salvar la tuya— expresó con mabilidad, dejando sola a la madre con su niña.
Lucía estudió el cuerpito redondeado de la bebita y escuchaba los ruiditos de las burbujitas de la leche en su boca. Acarició su cabecita y lloró, lloró porque había estado decidida en terminar con el embarazo, en evitar que ese ser perfecto naciera, lloró con amargura al sentir culpa por haber querido privar a esa pequeña criatura del derecho a la vida. Y ahora la tenía en sus brazos alimentándose de ella, mientras movía sus manitos y piecitos con vigor.
¿Quién había creído que era como para decidir sobre la existencia de otro ser humano?
Besó su cabecita y en un susurro le dijo: te quiero
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